En El milagro programado , Gibney explica que las verdaderas razones del éxito están constituidas por una conjugación japonesa de la ética confuciana del trabajo -formulada hace muchos siglos- con una inyección de democracia económica recibida durante la ocupación norteamericana. Gibney sabe, lo que no les sucede a los "expertos" en dirección de empresas que visitan Japón. Y sabe porque Gibney vivió y trabajó dentro de aquella sociedad, levantando varios negocios de millones de dólares, con los propios métodos japoneses.
Las estrategias de marketing internacional del Japón han sido realmente sensacionales. Sin embargo, los japoneses no son superhombres. Gibney dice que si no mejoran como ciudadanos del mundo, su egoísmo levantara una ola de proteccionismo. No obstante, Gibney añade que a los norteamericanos les irán peor las cosas económicas si no prestan atención a lo que les enseñan los japoneses, especialmente una planificación a más largo plazo y una menor obsesión por unos buenos balances trimestrales.