Tesina no autorizada por las autoras para publicar en RIUCEL.
Licenciado en nutrición.
Universidad del Centro Educativo Latinoamericano. Facultad de Química.
Todo ser vivo, para mantenerse como tal, precisa alimentarse, pero la comida no
tiene que ver solo con la nutrición. Desde el nacimiento comer es un acto social, se
aprende a alimentarse en contacto con otras personas. Los alimentos y el acto de comer
pueden y suelen asociarse a múltiples circunstancias que con frecuencia resultarán
significativas emocionalmente para el comensal en cuestión. La elección de consumir o
rechazar la comida tiene la capacidad de cambiar el tamaño y la forma del cuerpo, que
también están sujetos a muchas interpretaciones sociales (Cardoso-Gómez, 2006;
Ogden, 2003a).
La percepción de la imagen corporal es definida como la representación mental
que cada persona construye en relación con su cuerpo y la vivencia en términos de
sentimientos, conductas y actitudes que se tienen hacia el mismo, se ha revelado como
uno de los factores que inciden y condicionan con más intensidad las elecciones
alimentarias entre los diferentes grupos sociales. Así, a través de la abstinencia o de la
selección alimentaria, se han llegado a generalizar una serie de mecanismos individuales
dirigidos a adecuar la imagen corporal a unos criterios estéticos predeterminados y
orientados hacia la delgadez. La insatisfacción corporal entra en escena cuando la
persona presenta una imagen deformada del cuerpo en comparación con una medida
objetiva de la realidad, una diferencia entre el volumen corporal real percibido y el ideal o,
simplemente, como sentimientos negativos respecto del cuerpo (Gracia-Arnaiz, 2002;
Niklitschek-Tapia et al., 2020; Ogden, 2003b).
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